Mirar hacia otras potencias globales y regionales no es solo una alternativa viable, sino una necesidad geoestratégica.
a relación comercial entre México y Estados Unidos atraviesa un momento de alta tensión. El espectro de nuevos aranceles, ya sea por motivos económicos, migratorios o políticos, se cierne de nuevo sobre el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Esta situación, aunque desafiante, abre una ventana de oportunidad estratégica para que México diversifique sus relaciones comerciales y avance hacia una política exterior más autónoma y pragmática.
Durante décadas, México ha dependido en gran medida del mercado estadounidense: más del 80% de sus exportaciones se dirigen al norte. Esta asimetría ha convertido a la economía mexicana en vulnerable ante cualquier giro en la política interna de Washington. Los recientes discursos y acciones proteccionistas de la administración estadounidense, sumados a los vaivenes del proceso electoral en curso, muestran lo urgente que resulta para México reducir su dependencia estructural.
En este contexto, mirar hacia otras potencias globales y regionales no es solo una alternativa viable, sino una necesidad geoestratégica. China, por ejemplo, no solo representa la segunda economía del mundo, sino también un socio potencial en sectores clave como infraestructura, tecnología y energía. Rusia, a pesar de su aislamiento relativo en Occidente, mantiene vínculos económicos con diversos países emergentes y busca diversificar su red de alianzas en América Latina. Sudáfrica, junto con otras economías del Sur Global, ofrece una puerta de entrada al continente africano, un mercado en expansión con vasto potencial de desarrollo.

El marco multipolar actual y el surgimiento de agrupaciones como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) representan espacios que México podría explorar con mayor intención. Más allá de lo comercial, estas alianzas podrían fortalecer el posicionamiento internacional del país, dotarlo de una voz más relevante en foros multilaterales y permitirle negociar en mejores condiciones con otras potencias.
Por supuesto, una apertura hacia estos mercados implica retos: diferencias regulatorias, riesgos políticos, y competencia con actores ya consolidados. Sin embargo, la diplomacia económica mexicana cuenta con el talento y la experiencia para sortear estos desafíos si existe una visión clara de largo plazo respaldada por voluntad política.
México debe actuar con pragmatismo, sin caer en antagonismos ni en falsas dicotomías. No se trata de romper con Estados Unidos, sino de ampliar el abanico de opciones, de tal modo que el país no se vea nuevamente atrapado entre presiones arancelarias o chantajes políticos. Diversificar no es alejarse, es fortalecerse.
La coyuntura actual exige más que respuestas reactivas: requiere estrategia, audacia y visión. México está en un punto de inflexión. Convertir esta presión en oportunidad dependerá de su capacidad para mirar más allá de sus fronteras inmediatas y posicionarse como un actor verdaderamente global.
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